Jugar a la nostalgia
Recuerdo perfectamente el día que me compré mi Xbox 360. 31 de diciembre de 2008; había juntado la pasta de aquí y allá y tenía localizada la oportunidad perfecta en El Corte Inglés de Callao. Un pack a buen precio y el tipo de placa que menos problemas con las dichosas tres luces rojas daba.
El camino de vuelta a casa, con ella ya en una bolsa de lo más generosa, tenía esa mezcla de nervios y emoción del comprarse una consola. ¡Jugar en HD! ¡Jugar online con amigos! La nueva generación lo tenía todo. Bajo el brazo llevaba también mis primeros juegos de Xbox: Halo 3 y Project Gotham Racing 4. Creo que nunca he acertado más comprando dos juegos para estrenar una consola.
La instalación de una consola nueva es un ritual estupendo; una mezcla de cuidado y prisa, de fascinación e impaciencia. Los sonidos de inicio, tocar el mando por primera vez y meter el disco en la consola. La cultura tiene esta capacidad abrumadora de generar recuerdos irremediablemente personales e intransferibles y, a la vez, capaces de sintonizar con quienes generaron sus propios recuerdos.
La memoria nunca es un inventario ordenado, justo y mesurado de hechos. Siempre es un relato; uno con el que poder, al menos, convivir. Un mecanismo de defensa y una herramienta para contar nuestra propia historia. La nostalgia es la más indulgente, amable y almibarada de las memorias. La nostalgia es casa. El sitio al que volver. La cultura forma parte de ese relato nostálgico de manera inevitable porque ha estado presente en toda nuestra vida; nos hemos emocionado por ella, la hemos odiado o nos ha hecho felices. Da igual. Tienes la canción que te traslada a ese momento, la película que fuiste a ver con aquella persona y el videojuego que te tuvo pegado a la pantalla emocionado durante semanas.
Esta tarde se lanza, al fin, la campaña de Halo Infinite. Las cosas han cambiado, qué duda cabe. Llevamos dos semanas jugando al multijugador -que, para más inri, es gratuito-, el juego lo tengo preinstalado y ya no hay consola que valga, lo jugaré en PC a través de una suscripción a Gamepass. No hay trenes, no hay consola nueva ni disco que meter en ella. Pero ahí está, de algún modo, la nostalgia acompañándome en este proceso.
A Halo Infinite ya lo conocemos, como digo, a través de su multijugador. Una de las sorpresas del año, si me preguntas a mí. Tan Halo 3 que me fue fácil sentirme en casa. Un diseño sólido y todo un elogio a la concreción; sus sistemas funcionan a la perfección y cada mapa está pensado al milímetro para provocar el tipo de acción que quieren sus desarrolladores. Adelantar su lanzamiento ha resultado ser la mejor campaña de comunicación para Halo Infinite porque ha despejado muchas dudas después de un año de retraso y un primer contacto con el juego incomprensible y torpe.
Hacía tiempo que no esperaba un lanzamiento como este. Mi relación con el videojuego ha cambiado mucho desde aquel 2008; era capaz de levantarme un sábado, poner Halo 3 y estar jugando online hasta que me cayera de sueño. Ahora juego un par de horas a cualquier cosa y ya estoy empachado. Me da rabia eso, no puedo negarlo. Echo un poco de menos aquella relación plenamente entusiasta con este medio. Pero, claro, yo he cambiado y también ha cambiado lo que sabemos de esta industria.
Me pregunto si me habré convertido en ese tipo de jugador que ha llegado al límite de lo que le apetece descubrir y solo espera que lo alimenten la nostalgia a través de nuevos productos con la ambición justa para contentar a los ya convencidos. No es que tenga nada de malo, desde luego; la cultura se puede disfrutar desde las posiciones más diversas y eso es lo que la hace tan especial. Pero hay cierta espinita clavada en pensar que ya no habrá más Halo 3, más Xbox 360, en el camino.
En un rato, a las 19:00, se lanza la campaña de Halo Infinite. Ahí estaré, con muchas ganas, para revolcarme en la nostalgia que me produce volver a controlar al Jefe Maestro. Esa espinita clavada, que imagino que todos sentimos respecto a la cultura en muchas de sus formas, es a la vez una forma única de disfrutar de una obra culutral. Es muy bonito pensar en que ahora hay muchas personas esperando a probar Halo Infinite como su primer Halo. Alguna estará, sin saberlo, fabricando su propia nostalgia y dentro de unos cuantos años tal vez mire hacia atrás con ganas de volver al día de hoy.
Yo, por mi parte, creo que voy a disfrutar mucho de este juego. No sé de cuántos más disfrutaré en el futuro ni de qué manera, pero sin aquel periplo en tren de 2008 no podría disfrutar de esto, así que el viaje merece la pena.